Capítulo I

PASO A PASO
TUTÚS, LÁPICES Y PUNTAS


Nací con un impulso. No sé cómo me parió mi madre, pero siempre sentí que salí a la vida con un único y fuerte pujo, porque así suelo hacer frente a todo. Tal vez el impulso sea mi forma de superar los miedos, sobre todo el miedo a equivocarme. Me arriesgo. Eso es lo que me permite ser dinámica, creativa, estar siempre en movimiento. Hacer, trabajar, largar para afuera. Sin riesgo, me domina la quietud.

Cuando niña quería ser bailarina. Tenía una amiga en mi barrio a quien la mamá llevaba a tomar clases de ballet clásico y yo me escapaba a cada rato de mi casa para ir a visitarla y ponerme sus zapatillas de punta. Tendría cinco o seis años y eso era lo que quería: andar sobre las puntas todo el tiempo. Me acuerdo que recorría los patios para un lado y para otro, dando vueltas y vueltas, porque las casas de Pocitos —ese era mi barrio— tenían entonces grandes patios.

Es decir, que de niña era una gran entusiasta de la danza y, por lo tanto, de moverme, de bailar, de querer bailar y ser bailarina —bailarina del ballet blanco—, ponerme el tutú y pararme en las puntas.

Mi mamá quería que yo fuera pianista. Le fallé: sólo cursé hasta el cuarto año del Conservatorio Musical W. Kolischer.
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